jueves, 15 de enero de 2015

LENGUA Y LITERATURA CASTELLANA: EL EUFEMISMO

Álex Grijelmo trata en esta ocasión de lo políticamente correcto y del eufemismo, así como de las connotaciones sociales y las trasnformaciones lingüísticas que esas connotaciones conllevan.

"SUBNORMAL"

Recuerdo de mi adolescencia burgalesa la entidad Aspanias, acrónimo de “Asociación de Padres de Niños y Adultos Subnormales”; a beneficio de la cual organizábamos festivales, o programas de radio en que los oyentes aportaban donativos. Durante las Navidades cantábamos por las calles, con guitarras y zambombas, y pedíamos ayudas para ellos. Y decíamos sin ninguna intención aviesa, sino todo lo contrario, que promovíamos esas iniciativas “a beneficio de los subnormales de Burgos”. Empleábamos esa palabra para no pronunciar "mongólico" y con todo el cariño, con esa ternura con la que mirábamos a Chini, la hermana de Nacho, o con la que saludábamos al hombre que vendía cigarrillos por las esquinas y que siempre sonreía

Algo pasó, pero con el tiempo se nos afeó este uso. Nos hicimos adultos y, por respeto a quienes nos proponían un cambio de términos, los sustituimos por otros que luego serían reemplazados sucesivamente: minusválidos, deficientes, retrasados, disminuidos… Vemos otra vez el efecto dominó que definió el lingüista norteamericano Dwight Bolinger (Language: The Loaded Weapon,1980) para este tipo de palabras: las que hoy nos parecen buenas se acaban convirtiendo en malas.

Aspanias (que ya ha cumplido 50 años) mantiene la misma entereza y las mismas letras del acrónimo, pero ahora su nombre oficial es Asociación de Padres y Familiares de Personas con Discapacidad Intelectual y del Desarrollo (ha desaparecido la voz “subnormales”).
No obstante, la 23ª edición del Diccionario de la Real Academia ha mantenido intacta la entrada “subnormal”, sin incorporar marca alguna sobre su eventual carácter despectivo: “Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a lo normal”.
De ese modo, el vocablo se refiere a quien sufre una discapacidad concreta, sin que su uso deba implicar menosprecio.

Un problema distinto es que se llame “subnormal” a quien no lo es.

“Messi, Messi, Messi, subnormaaaal...”.

Eso gritan algunos centenares de infames en el estadio Bernabéu, y también un niño que se sienta unas filas detrás de mí.
Pero el insulto se dirige no contra una persona subnormal sino contra alguien, por el contrario, supranormal. (Ya quisieran ellos parecerse en algo a Messi).

Tal insulto, paradójicamente, lleva consigo el reconocimiento de la falsedad que profiere. Por eso es un insulto: no intenta enunciar como hacíamos nosotros en nuestras “colectas para los niños subnormales”, sino dañar. Y el daño se recibe más con la intención que con la palabra misma. El solo intento de dañar ya produce un daño.

En algunos casos, ese empleo malintencionado de palabras, agresivo, injusto, ha conseguido desplazar al desprovisto de mala voluntad. El insulto lo alteró todo.

Por eso “negro” se sustituye con frecuencia por “persona de color” o, en el caso de los negros estadounidenses, por “afroamericano”. (Como si los blancos no fuéramos también “de color”: de color blanco; o como si los negros de América debieran distinguirse con una palabra distinta de la que corresponde a los negros de Europa o de África, a los que en consecuencia deberíamos llamar afroeuropeos o afroafricanos; o como si la raza blanca no procediera también en última instancia de África).

El respeto y la buena voluntad llevan a esos cuidados, como es lógico; vale la pena excederse con su uso antes que causar el más mínimo dolor. Y puesto que de intenciones hablamos, hemos de ver lo bueno que hay también en éstas.

Pero la palabra “negro” en sí misma no discrimina ni insulta, como tampoco “moro”, “gitano”, “subnormal”, “minusválido”, “indio”, “judío”… si nuestro ánimo no implica desconsideración o racismo. Y me pregunto si no valdría la pena que esos términos ganasen el terreno que es suyo, y que algún día lográsemos desproveerlos de toda connotación para que tomaran su valor de pleno derecho en una sociedad de iguales. Si todas esas palabras circularan con normalidad, eso sería señal de que están curadas ellas; y nosotros también.


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