miércoles, 28 de mayo de 2014

LITERATURA UNIVERSAL: AMÉLIE NOTHOMB

Como hemos comentado en clase, el tema de la mujer y la literatura ofrece múlitples facetas, y os ofrezco dos textos que desarrollan los temas de la mujer ideal y del lesbianismo, respectivamente.



Triángulo Isósceles

 Mario Benedetti

El abogado Arsenio Portales y la ex actriz Fanny Araluce llevaban doce apacibles años de casados. Desde el comienzo, él le había exigido a Fanny que dejara la escena. Al parecer, no era tan liberal como para tolerar que noche a noche su linda mujer fuera abrazada y besada por otros.

A ella le había costado mucho aceptar esa exigencia, que le parecía absurda, machista y carente de un mínimo de sentido profesional. "Por otra parte", había agregado él como justificación a posteriori, "no creo que tengas las imprescindibles condiciones para triunfar en teatro. Sos demasiado transparente. En cada uno de tus personajes siempre estás vos, precisamente allí donde debería estar el personaje. Demasiado transparente. El verdadero actor debe ser opaco como ser humano; sólo así podrá ser otro, convertirse en otro. Por más que te vistas de Ofelia, Electra o Mariana Pineda, siempre serás Fanny Araluce. No niego que tengas un temperamento artístico, pero deberías encauzarlo más bien hacia la pintura o las letras. Es decir, hacia la práctica de un arte en el que la transparencia constituya una virtud y no un defecto."

Fanny lo dejaba exponer su teoría, pero en realidad él nunca la había convencido. Él no lo entendía ni lo valoraba así. Sin embargo, en la vida cotidiana, privada, Fanny era ordenada, sobria, casi una perfecta ama de casa.

Probablemente demasiado perfecta para el doctor Portales. En los últimos dos años, el abogado había mantenido otra relación, tan clandestina como estable, con una mujer apasionada, carnal, contradictoria, y, por si todo eso fuera poco, particularmente atractiva.

Como lugar adecuado para esos encuentros, Portales alquiló un apartamento a sólo ocho cuadras de su casa. Había sido minucioso en la organización de su cándido pretexto; por borrosos motivos profesionales debía viajar semanalmente a Buenos Aires. Como sólo estaba ausente las noches de los martes, le recomendaba a Fanny que no le telefoneara, pero, por si las moscas, le había dado el teléfono de un colega porteño, que tenía instrucciones precisas: "¿Arsenio? Fue a una reunión que creo se va a prolongar hasta muy tarde." Fanny nunca llamó.

Ella, que conocía como nadie las necesidades y manías de su marido, se encargaba de aprontarle el pequeño maletín y le llamaba el taxi. Portales se bajaba ocho cuadras más allá, subía al apartamento clandestino, se ponía cómodo, aprontaba los tragos, encendía el televisor; a la espera de Raquel, que, como también era casada, debía aguardar a que su marido emprendiera su inspección semanal a la estancia. En realidad, si se veían los martes había sido por complacer a Raquel, pues ése era el día que el hacendado había elegido para atender sus campos. "Y para dejarnos el campo libre", bromeaba Arsenio.

Cuando por fin llegaba Raquel, cenaban en casa, ya que no podían arriesgarse a que los vieran juntos en un cine o en un restaurante. Luego hacían el amor de una manera traviesa, juvenil, alegre, casi como si fueran dos adolescentes. Cada martes Portales se sentía revivir. Cada miércoles le costaba un poco regresar a las buenas costumbres del hogar lícito, genuino, sistemático.

Para la vuelta, no sabía bien por qué, exageraba las precauciones. Llamaba un taxi, hacía que lo dejara en el aeropuerto de Carrasco; después de un rato, tomaba otro taxi para regresar a su casa. Dentro de esa rutina, Fanny cumplía con interesarse en cómo le había ido, y entonces él inventaba con esmero los pormenores de las aburridas sesiones de trabajo con sus clientes bonaerenses, dejando siempre constancia, eso sí, de lo bueno que era estar de vuelta en casa.

Llegó por fin el martes en que se cumplían dos años de la furtiva y estimulante relación con Raquel, y Portales consiguió un collar de pequeños mosaicos florentinos. Se lo había hecho traer desde Italia por un cliente, éste sí verdadero, que le debía algunos favores. Instalado en su lindo y confortable bulín, Portales puso el champán en la heladera, aprontó las copas, se acomodó en la mecedora, y se puso a esperar, más impaciente que otras veces, a Raquel.

Ésta llegó más tarde que de costumbre. Su demora estaba justificada, ya que también ella, en vista del aniversario subrepticio, había ido a comprar su regalito: una corbata de seda, con franjas azules sobre fondo gris. Fue entonces que Arsenio Portales le dio el estuche con el collar. A ella le encantó. "Voy un momento al baño, así veo cómo me queda", dijo, y como anticipo de otros atributos, lo besó con ternura y calidez. Como era natural, él consideró ese beso como un presagio de una noche gloriosa.

Sin embargo, Raquel demoraba en el baño y él empezó a inquietarse. Se levantó, se arrimó a la puerta cerrada y preguntó: "¿Qué tal? ¿Te sentís bien?" "Estupendamente bien", dijo ella. "Enseguida estoy contigo."

Ya sin preocupación, aunque igualmente ansioso por la expectativa, Portales volvió a sentarse en la mecedora. Cinco minutos después la puerta del baño se abría, mas, para sorpresa del hombre a la espera, no para dar paso a Raquel sino a Fanny Araluce, su mujer, que lucía el collar florentino.

Portales, estupefacto, sólo atinó a exclamar: "¿Fanny! ¿Qué hacés aquí?" "¿Aquí?", subrayó ella. "Pues, lo de todos los martes, querido. Venir a verte, acostarme contigo, quererte y ser querida." Y como Arsenio seguía con la boca abierta, Fanny agregó: "Arsenio, soy Fanny y también Raquel. En casa soy tu mujer, Fanny A. de Portales, pero aquí soy la actriz Fanny Araluce. O sea que en casa soy transparente y aquí soy opaca, ayudada por el maquillaje, las pelucas y un buen libreto, claro."

"Raquel", balbuceó Arsenio Portales.

"Sí: Raquel. ¿Te das cuenta? Me has traicionado conmigo misma. Ahora, tras dos años de vida doble, tenés que elegir. O te divorciás de mí, o te casás conmigo. No estoy dispuesta a seguir tolerando esta ambigüedad. Y algo más: después de este éxito dramático, después de dos años con esta obra en cartel, te anuncio solemnemente que vuelvo al teatro."

"Tu voz", murmuró Arsenio. "Algo extraño había en tu voz. Pero ni siquiera el color de tus ojos es el mismo."

"Claro que no. ¿Para qué existen las lentes de contacto verdes? Siempre te oí decir que te encandilaban las morochas de ojos verdes."

"Tu piel. Tu piel tampoco era la misma."

"Ah no, querido, lamento decepcionarte. Aquí y allá mi piel siempre ha sido la misma. Sólo tus manos eran otras. Tus manos me inventaban otra piel. Al fin de cuentas, ni yo misma sé ahora cuál es mi piel verdadera: si la de Fanny o la de Raquel. Tus manos tienen la palabra."

Portales cerró los puños, más desorientado que furioso, más abatido que iracundo.

"Me has engañado", dijo con voz ronca.

"Por supuesto", dijo Fanny/Raquel.



Mujeres condenadas (Delfina e Hipólita)


A la luz pálida de las lámparas fallecientes,
Sobre blancos cojines impregnados de olor,
Hipólita soñaba con los besos potentes
Que alzaban la cortina de su joven candor.

Buscaba con mirada que turbó la extrañeza
El firmamento de su inocencia ya lejana,
Al igual que un viajero que vuelve la cabeza
Hacia el azul horizonte que cruzó la mañana.

Las perezosas lágrimas de sus ojos velados,
Su sorpresa, su fatiga, su obscura locura,
Los brazos como inútiles armas abandonados
Todo a engalanar servía su frágil hermosura.

Extendida a sus pies, calma de gozo presa
Delfina la espiaba con sus sus ojos ardientes,
Como el animal fuerte que vigila una pieza
Tras haberla primero marcado entre los dientes.

Hermosa fuerte de hinojos ante una frágil bella
Espiaba voluptuosa el triunfo de su intento,
Como un vino, soberbia se inclinaba hacia ella
Como para recoger dulce agradecimiento.

De su pálida victima en los ojos buscaba
El mudo cántico que el placer canta en su giro,
Y aquella gratitud, infinita y esclava
Que parte de los parpados como un largo suspiro.

-“Hipólita, alma mía ,¿qué dices de esas cosas?
¿Te has dado cuenta que ahora no hay que entregar
El sagrado holocausto de tus primeras rosas
Al fuerte soplo que las pudiera marchitar?

Mis besos son ligeros como los de las estrellas
Que acarician de noche los lagos transparentes;
Pero los de tu amante clavarían sus huellas
Como las de una carreta o un arado hirientes.

Sobre ti pasarían como una caravana
De caballos y bueyes con cascos sin piedad.
Vuelve pues ese rostro, Hipólita, oh mi hermana,
Tú, alma y corazón mío, mi todo, mi mitad.

Torna a mí de tus ojos los azulados cielos,
Por solo una mirada de encanto sin confín,
De placeres aún más obscuros alzaré el velo,
¡y habré de adormecerte en un sueño sin fin!”

Pero Hipólita entonces, levantando la frente:
“No soy ingrata, Delfina mía, ni me apena
Tu amor, pero penando estoy de un mal mordiente,
Como después de una nocturna y terrible cena.

Caer sobre mí siento terrores enfermizos,
Y vagos batallones de fantasmas oscuros,
Que me llevan por caminos resbaladizos,
Ceñidos siempre por ensangrentados muros.

¿Habremos cometido algún negro extravío?
Explícame si puedes, esta turbación loca:
De terror me estremezco si me dices: Bien mío,
Y sin embargo, siento que hacia ti va mi boca.

No me mires así, oh mi única amada,
Tú, a quien quiero por siempre, mi hermana de elección,
Aún cuando para mí fueras mi firme emboscada,
Y hasta el inicio mismo de mi condenación”.

Y sacudiendo Delfina su crin volcánica,
Como convulsionada sobre un trípode eterno,
Respondió -la mirada fatal- , con voz tiránica:
-“¿Quién ante el amor se atreve a hablar del infierno?

¡Maldito sea para siempre y remisión,
El soñador inútil que pensó en su necedad,
Presa haciéndose de un problema sin solución,
En cosas del amor mezclar la honestidad!

¡El que quiera fundir en un acorde místico
La noche con el día , la sombra y el calor,
Nunca calentara su cuerpo paralítico,
En ese sol bermejo que llaman el amor!

Ve, si deseas, un novio estúpido a buscar,
Corre a ofrendarte a sus besos despiadados:
Y de remordimiento y horror llena a ocultar
Vendrás en mí después tus senos magullados.

¡No se puede aquí abajo servir a más de un amo!”
Pero la criatura, con grandiosa pasión,
Gritó de pronto:-“Siento que se abre a tu reclamo
En mi un abismo y esa profundidad es mi corazón!

¡Hondo como el vacío, como un volcán quemante!
¡Nadie saciará al monstruo gemebundo e insano,
Ni la sed de la Euménide calmará, torturante,
Que lo quema hasta el fondo con la antorcha en la mano!

Que los cortinados nos separen del mundo
Y que solo el cansancio dé descanso al amor!
¡Yo deseo aniquilarme en tu cuerpo profundo,
Y hallar en tu seno la tumba del frescor!”

Víctimas lamentables, descended, bajad de grado,
Descended camino al infierno imperecedero,
A lo más profundo de la sima en que los flagelados
Todos los crímenes por vientos de alas de acero,

Bullen mezclados con huracanes bramadores.
Sombras locas, corred del deseo al abrigo;
Nunca conseguiréis saciar vuestros furores,
Y de vuestros placeres se engendrará el castigo.

Jamás un rayo fresco brilla en vuestras cavernas;
Por las grietas del muro los miasmas venenosos
Se filtran e inflaman lo mismo que linternas,
Y empapan vuestros cuerpos de aromas espantosos.

Reseca vuestra carne y vuestra sed acosa
La fecundidad áspera de vuestra conjunción
Y hace de la lujuria la ráfaga furiosa
Crujir vuestra piel como un alejado pabellón.

¡Lejos de toda vida, errantes, condenadas,
A traves del desierto como lobos fugáis;
Cumplid vuestro destino, almas desordenadas,
Y huid del infinito que en vosotros portáis!

/Charles Baudelaire/Las flores del mal/



lunes, 26 de mayo de 2014

LITERATURA UNIVERSAL: FERNANDO PESSOA

También la música ha acogido la obra de Pessoa. Hace ya bastantes años Bévinda,portuguesa afincada en Francia, dedicó todo un disco a Alberto Caeiro y su Guardador de Rebaños:





Y más recientemente se ha publicado una colectánea de fados cuyas letras son poemas de Pessoa:

LITERATURA UNIVERSAL: FERNANDO PESSOA

Como hemos comentado en clase, hay varias obras literarias que tienen a Pessoa o a sus heterónimos como protagonistas. La más conocida es El año de la muerte de Ricardo Reis, del nobel José Saramago.


Otro autor, también portugués, Mário Cláudio, fabuló la vida de Bernardo Soares, el autor de El libro del Desasosiego.





Y más recientemente, en el 2013, Fernando Esteves Pinto ambientó una novela policiaca en el edificio donde vivía Pessoa, contando al poeta entre los sospechosos.





Y la brasileña Elisa Lucinda fabuló sus memorias, entremezclando realidad y fantasía.



Otra de las celebridades que se han interesado por ficcionar a Pessoa es el italiano Antonio Tabucchi.




3º ESO: CONSECUENCIAS DEL USO DE LAS T.I.C.

Vamos a leer a continuación un texto publicado en el dominical de El País del 25 de mayo que nos resume algunas de las consecuencias de convivir con internet, smartphones, tabletas y demás artilugios.

La me­mo­ria pos­di­gi­tal

El País - EPS, 25/5/2014.
Por Karelia Vázquez.

In­ter­net ha trans­for­ma­do la ma­ne­ra en que el ce­re­bro pro­ce­sa la in­for­ma­ción. Al­gu­nos es­tu­dios apun­tan a que se to­man de­ci­sio­nes ur­gen­tes con ma­yor fa­ci­li­dad y el ser hu­mano se adap­ta me­jor a los cam­bios de ac­ti­vi­dad. Sin em­bar­go, la Red de­man­da una pre­sen­cia cons­tan­te (por mie­do a que­dar­se fue­ra) y nos ha vuel­to más ol­vi­da­di­zos y dis­per­sos.

ELEFECTO GOOGLE . El nú­me­ro pro­me­dio de bús­que­das dia­rias en Goo­gle ha cre­ci­do de 9.800 en 1998 has­ta cer­ca de seis tri­llo­nes en 2013. Los es­tu­dios que ex­pli­can el efec­to Goo­gle en el ce­re­bro han au­men­ta­do a un rit­mo si­mi­lar. Uno de ellos, pu­bli­ca­do en Scien­ce Ma­ga­zi­ne en 2011 y rea­li­za­do en­tre un gru­po de es­tu­dian­tes, de­mos­tró que es­tos eran ca­pa­ces de re­cor­dar me­nos in­for­ma­ción cuan­do sa­bían que la en­con­tra­rían más tar­de en In­ter­net. La con­clu­sión de los in­ves­ti­ga­do­res fue que se es­ta­ba con­fian­do a Goo­gle, y no al ce­re­bro, el al­ma­ce­na­je a lar­go pla­zo del co­no­ci­mien­to. Por otra par­te, los ex­pe­ri­men­tos de neu­ro­ima­gen prue­ban que los usua­rios fre­cuen­tes de In­ter­net tie­nen has­ta dos ve­ces más ac­ti­va­da la me­mo­ria a cor­to pla­zo mien­tras es­tán on­li­ne que los usua­rios es­po­rá­di­cos. Es­to su­po­ne que su ce­re­bro no re­tie­ne lo que ve en la web y prác­ti­ca­men­te ig­no­ra la in­for­ma­ción que sa­be que en­con­tra­rá otra vez.

OLVIDADIZOS Y DISPERSOS. Los es­tu­dios di­cen que he­mos de­ja­do de re­cor­dar in­for­ma­ción es­tán­dar so­bre nues­tro círcu­lo más ín­ti­mo. En 2007, una en­cues­ta rea­li­za­da en­tre 3.000 per­so­nas pu­bli­ca­da en la re­vis­ta ‘Wi­red’ com­pro­bó que en­tre los más jó­ve­nes era ra­ro re­cor­dar la fe­cha de un cum­plea­ños, una di­rec­ción o un te­lé­fono. Tam­bién de­mos­tró que las per­so­nas que pa­sa­ban mu­cho tiem­po en en­tor­nos di­gi­ta­les te­nían más di­fi­cul­tad pa­ra leer du­ran­te lar­go ra­to.

HABILIDAD VISUAL. En 2013, un es­tu­dio rea­li­za­do por la So­ciety for Per­so­na­lity and So­cial Psy­cho­logy es­ta­dou­ni­den­se arro­jó que los ju­ga­do­res de ‘Ha­lo’ o ‘Call of Duty’ me­jo­ra­ban su pro­ce­so de to­ma de de­ci­sio­nes y sus ha­bi­li­da­des vi­sua­les. A los vi­deo­jue­gos se les ha re­co­no­ci­do el be­ne­fi­cio de fa­vo­re­cer la ca­pa­ci­dad de con­tras­te en­tre los ob­je­tos y la ra­pi­dez en la to­ma de de­ci­sio­nes ur­gen­tes ba­sa­das en unas po­cas cla­ves vi­sua­les. Ade­más ayu­dan al ce­re­bro a adap­tar­se muy rá­pi­do a los cam­bios de ac­ti­vi­dad. La ma­la no­ti­cia es que su ce­re­bro es peor con­tro­lan­do los im­pul­sos.

LA VIBRACIÓN FANTASMA.Es­ta­mos tan co­nec­ta­dos a la vi­da vir­tual que sen­ti­mos el te­lé­fono so­nar in­clu­so cuan­do na­die lla­ma. En un es­tu­dio pu­bli­ca­do en 2012 en la re­vis­ta ‘Com­pu­ters and Hu­man Beha­vior’, los in­ves­ti­ga­do­res en­con­tra­ron que el 89% de la po­bla­ción de la mues­tra, es­tu­dian­tes uni­ver­si­ta­rios, ha­bía sen­ti­do “vi­bra­cio­nes fan­tas­mas” de sus te­lé­fo­nos al me­nos una vez ca­da dos se­ma­nas. Los au­to­res creen que otras sen­sa­cio­nes fí­si­cas que te­ne­mos son aho­ra in­ter­pre­ta­das por el ce­re­bro co­mo vi­bra­cio­nes del mó­vil. ¿Qué otra co­sa po­dría ser?

El FOMO. El tér­mino ‘fear of mis­sing out’ (mie­do a per­der­se al­go, en cas­te­llano) fue des­cri­to por ‘The New York Ti­mes’ co­mo una mez­cla de an­sie­dad e irri­ta­ción que nos in­va­de mien­tras mi­ra­mos la vi­da de los otros en In­ter­net. La lle­ga­da de Fa­ce­book e Ins­ta­gram ha in­cre­men­ta­do la an­gus­tia. El sen­ti­mien­to de so­le­dad se ha­ce in­so­por­ta­ble an­te la ex­po­si­ción de la ac­ti­vi­dad de los otros en la Red y ha­ce que la gen­te se pre­gun­te: “¿No de­be­ría es­tar ha­cien­do al­go tam­bién?”.

 

lunes, 19 de mayo de 2014

LITERATURA UNIVERSAL: AMÉLIE NOTHOMB

Os ofrezco ahora enlaces a la obra del autor japonés más leído en la actualidad, Haruki Murakami:

Murakami (I)

Murakami (II)

Murakami (III)

Murakami (official site, en inglés)

Y os ofrezco también un artículo sobre la relación de Murakami con occidente:

LOS RASGOS DE LA GLOBALIZACIÓN EN LA LITERATURA DE HARUKI MURAKAMI

19 noviembre, 2013
Por Marcos Kirschstein

La velocidad a la que gira el planeta parece ir disminuyendo frente a lo rápido que las informaciones se comparten. Ya no hay lugar para la expectativa que producía la llegada del correo y las cartas de los seres queridos que viven lejos, todo se encuentra ahora a una pantalla de distancia.
En este mundo “globalizado”, en cualquier lugar del planeta puedes hallar exactamente los mismos productos en tiendas que mantienen formatos idénticos, ya te encuentres en Caracas, París o Seúl. A simple vista, esta uniformidad es expresión de que a todos llega por igual “el progreso”. Pero, ¿qué ocurre en casos como el de la literatura de otras culturas diferentes a la Occidental cuando entran en contacto con la globalización?
Frente a esta pregunta, me parece que a veces la globalización solo trae contaminación al estilo propio de cada cultura. Este es el caso de Haruki Murakami, un escritor japonés de fama bastante extendida por occidente, quien suele usar estilos y referencias que, a pesar de girar en torno a temas propios de la cotidianidad japonesa, posee un discurso que se presenta plagado de referencias mixtas. Entendiendo mixto como la mezcla entre elementos tradicionales de la cultura japonesa y otras referencias externas, como por ejemplo En busca del tiempo perdido, la obra fundamental del escritor francés Marcel Proust, quien es uno de los pilares de la literatura moderna en occidente.
En los libros de Murakami nos encontramos con este tipo de referencias híbridas entre ambas culturas y, en muchas ocasiones, facilita la comprensión de las situaciones y descripciones de los espacios en los que se mueven los personajes, por lo menos para nosotros que, por mucho o poco que conozcamos de la cultura japonesa, seguimos siendo extranjeros.
Pero no se debe pensar en Murakami como un escritor perfecto por ese estilo amigable para el lector foráneo. Dentro de su país, sus libros suelen ser tomados como piezas muy contaminadas por la influencia occidental y no es considerado ni siquiera como uno de los mejores escritores de la literatura japonesa contemporánea. De hecho, hay otros escritores que por mantenerse alejados de esas “contaminaciones” occidentales gozan de más respeto y prestigio dentro del mercado interno de literatura en Japón, como por ejemplo Akutagawa, quien fue un escritor de finales del siglo XIX y hasta la década de los años 20 del siglo pasado, dedicado principalmente al relato corto.
No pretendo decir con esto que leer a Murakami resulte un camino equivocado si se quiere tener contacto con la escritura de ficción japonesa. Por el contrario, es justamente su combinación de culturas un elemento que permite la fácil comprensión de todas las situaciones en las que puede verse envuelto el personaje, sin la necesidad de ir a consultar al dios Google-que todo-lo-sabe.
¿Y de qué van sus libros? Bueno, para hacer el cuento corto y como es más o menos el tema general de sus obras, les digo que siempre nos vamos a encontrar con un conflicto de carácter existencial en sus personajes principales. 
Tomemos por ejemplo su obra Kafka en la Orilla, publicada en 2002. El conflicto de la historia principal es la de un muchacho que, al estilo de la tragedia griega (volvemos a tropezar con un elemento occidental) lucha contra la maldición de su destino. Y es esta evasión la que lo relaciona con los otros personajes principales y secundarios, quienes son los epicentros de las otras historias complementarias, que finalmente se conjugan en el mismo final.
En resumen, encontramos en la figura de Murakami una roca que está situada en el centro de muchas corrientes. Un estilo que se ha dejado teñir por las influencias que han llegado al Japón desde Estados Unidos principalmente, pero manteniendo rastros y elementos importantes de la cultura milenaria que ese país posee.

Murakami desarrolla una tendencia diferente, mezcla de ambas cosas, no es un estilo puramente japonés pero tampoco es una traducción de las costumbres occidentales para introducirlas en el día a día de los personajes japoneses. Lo único cierto es que no se puede perder la oportunidad de leer las obras de Haruki Murakami. Él es una ventana al mundo de la literatura japonesa que mantiene las referencias que nos son familiares en este lado del mar.

(Extraído de: Murakami (IV)

Haruki Murakami: entre oriente y occidente

Por Antonio Garrido Domínguez

Para empezar, cabe decir que Murakami construye mundos de la más diversa índole, que van de los más apegados a la realidad empírica hasta los más alejados de ella, pasando por versiones mestizas (que son ciertamente las más abundantes). En ellos puede encontrarse desde un realismo a lo Carver hasta lo real maravilloso, aunque el predominio corresponde a los mundos híbrido o diádicos, esto es, a aquellos en los que conviven con toda normalidad lo natural y lo sobrenatural (el borrado de fronteras, en suma). En el primer supuesto entrarían Tokio blues, Al sur de la frontera o After Dark, mientras Sputnik, mi amor, Kafka en la orilla, La caza del carnero salvaje, Crónica del pájaro que dio cuerda al mundo, El fin del mundo o 1Q84 responderían a las exigencias del segundo. Como señala el autor del ensayo, la transición de lo real a lo maravilloso/fantástico o viceversa resulta muy fluida y se efectúa habitualmente a través de una serie de conductos muy diversos como túneles, pasadizos, pozos, callejones, espejos, el carnero salvaje, etc. […]

Aunque constituye una dimensión fundamental de la cultura japonesa, el simbolismo se apoya en este caso tanto en referentes orientales –en especial, el asociado a los gatos- como occidentales: destaca el vinculado a las grandes tragedias griegas, la búsqueda de la eterna juventud, etc. Pero la trascendencia de lo occidental se manifiesta sobre todo en las frecuentes referencias a la música, además de la literatura: Bach, Beatles, Beethoven, Bergson, Borges, Carver, Chandler, Hemingway, el jazz, Kafka, Michael Jackson, Mozart, Nietzsche, Orwell, Proust, Puig, Salinger… Este hecho ha llevado a algunos críticos –sobre todo, japoneses- a definir a Murakami como un escritor occidentalizado. Se trata sin duda de una calificación abusiva: Murakami, recalca Justo Sotelo, es un autor japonés hasta la médula por mucho que maneje –y con gran solvencia- determinados referentes de la otra parte del mundo. Su imaginario se nutre de elementos tomados de ambas culturas.

(Extraído de: Murakami (IV)

No confundas al escritor, Haruki...


... con el artista plástico, Takashi:



LITERATURA UNIVERSAL: ROMEO Y JULIETA

He encontrado este interesante artículo que establece una relación entre Shakespeare y la televisión. Para leerlo mejor, pincha la imagen.

https://onedrive.live.com/redir?resid=580CED4AF8B1AF04%21404 

Y en el año actual, 2015, añado este otro complemento sobre Shakespeare y el cine y la televisión:






3º ESO: LA CIENCIA EN AFORISMOS

Esta inteseante columna pretende sintetizar el funcionamiento de la ciencia. Es un texto expositivo - argumentativo en toda regla:

La ciencia en aforismos

'El País' - 2014-05-10
Jorge Wagensberg (Bar­ce­lo­na, 1948) es físico. Acaba de publicar el libro El pensador intruso (Tusquets).

¿QUÉ ES CIENCIA y qué deja de serlo? Tras siglos de debate, filósofos y científicos tienden a consensuar que no hay consenso. Sin embargo, el Instituto Konrad Lorenz de Viena acaba de publicar, en su revista sobre cognición y evolución, un trabajo con un título provocador: Sobre la existencia y unicidad del método científico (Biological Theory, volumen 9, número 4, abril de 2014). Comprender la realidad es el fin último de la ciencia, sobre esto sí hay acuerdo unánime. De ahí se infiere que los conceptos de partida son tres: la realidad, la comprensión y, entre ambos, la observación. Tres son también las hipótesis de trabajo que encuadran tales conceptos y tres son asimismo los principios del método que se fundamentan en aquellas. La ciencia se asegura con todo ello tres grandes beneficios y tres buenas recomendaciones para la investigación y la pedagogía. La propuesta, de 16 páginas, se empaqueta aquí en 18 aforismos.

1. Ciencia es cualquier pedazo de conocimiento compatible con los tres principios fundamentales del método científico: el de objetividad (1), el de inteligibilidad (2) y el dialéctico (y 3). 2. La realidad existe y es observable (primera hipótesis). 3. La observación (de la realidad) es comprensible (segunda hipótesis).
4. La comprensión (de la observación de la realidad) es falsable (tercera hipótesis).
5. Principio de objetividad: la ciencia elige la manera de observar que menos altera la propia observación (tanto al observador como a lo observado), donde observar es buscar diferencias entre coincidencias.
6. Principio de inteligibilidad: la ciencia elige como comprensión la mínima expresión de lo máximo compartido, donde comprender es descubrir coincidencias entre diferencias.
7. Principio dialéctico: la ciencia elige la comprensión que introduce menos paradojas entre la realidad comprendida y la realidad observada.
8. Existen dos clases de paradojas: las de contradicción (lo que veo contradice lo que comprendo) y las de incompletitud (no comprendo lo que veo o no veo lo que comprendo).
9. Gracias al principio de objetividad, la ciencia tiende a ser universal por partida doble: universal para el sujeto (la física cuántica es la misma para Albert Einstein, para el Dalái Lama…) y universal para el objeto (cae igual una manzana que una pera, la mecánica terrestre no se distingue de la celeste…).
10. Gracias al principio de inteligibilidad, la ciencia anticipa la realidad frente a la incertidumbre (un eclipse, un comportamiento…).
11. Gracias al principio dialéctico, la ciencia progresa: si lo que veo contradice lo que creo, o bien cambio mi manera de mirar, o bien cambio mi manera de creer (1); si no comprendo lo que veo, entonces salgo en pos de una nueva comprensión (2), y si no veo lo que comprendo, entonces salgo en pos de una nueva observación (y 3).
12. El principio de objetividad se nutre con la conversación entre el sujeto y el objeto, y para gratificar esta actividad está el gozo intelectual por la conversación.
13. El principio de inteligibilidad se nutre con las convergencias entre realidades diferentes, y para gratificar su búsqueda está el gozo intelectual por la comprensión.
14. El principio dialéctico se nutre con las paradojas que aparecen entre la realidad comprendida y la realidad observada, y para gratificar su detección está el gozo intelectual por la paradoja.
15. La física comprende objetos menos complejos que la biología, la biología menos que la psicología y la psicología menos que la política, por lo que la política contiene más ideología que la psicología, la psicología más que la biología y la biología más que la física; sin embargo, todas ellas son igualmente científicas si apuran al máximo su objetividad, su inteligibilidad y su dialéctica.
16. Las grietas de la ciencia se rellenan con pasta de ideología.
17. Detener la vista es mirar, detener la mirada es observar y preparar observaciones es experimentar.
18. Existen disciplinas científicas que rescatan lo ya perdido (arqueología, paleontología, geología…) y disciplinas que anticipan lo aún no hallado (astronomía, termodinámica, medicina…).



martes, 6 de mayo de 2014

LIT. UNIVERSAL: AMÉLIE NOTHOMB

Hablemos algo de música. Entre otros muchos grupos occidentalizados podemos citas a Pizzicato Five o Cornelius.

Os dejos dos enlaces sobre su música:

Pizzicato Five

Cornelius




LIT. UNIVERSAL: AMELIE NOTHOMB

Por otra parte, una de las tres historias de Mistery Train tiene como protagonistas a unos nipones occidentalizados:

En 1989 cierra la trilogía rodando Mystery train, su película narrativamente más compleja y la más diferente respecto a las dos anteriores. Jarmusch prueba esta vez con el uso del color, reflejando de este modo el peculiar y extravagante argumento del filme: compuesto por tres historias independientes que ocurren simultáneamente en el mismo lugar, el Arcade Hotel de Memphis. Sólo un detalle, que será descubierto a medida que pasan los minutos, les une: la presencia, de uno u otro modo, del Rey del Rock, Elvis Presley.
En la primera historia, titulada Lejos de Yokohama, vemos a una pareja de jóvenes japoneses, Jun y Mizuko que llegan a Memphis a pasar unos días de vacaciones, especialmente atraídos por la figura del Rey del Rock que vivió y murió en su mansión Graceland de Memphis. Este corto está formado, escena tras escena, por lo que se conoce como “tiempos muertos”, es decir, tiempos sin transcendencia. Estos minutos son aprovechados por Jarmusch para mostrarnos la solitaria ciudad de Memphis: antes de que se hospeden en el hotel Arcade, hacen un recorrido por la ciudad, que destila melancolía y pasividad. La pareja japonesa pasa la noche en el hotel hablando sobre las diferencias y similitudes entre Memphis y Yokohama y comparando la figura y el mito de Elvis con otros grandes objetos o personas de leyenda: la Estatua de la Libertad, Madonna,…

Un fantasma es el título del segundo corto de Mystery train. En él, como en todas las películas aquí comentadas, Jarmusch vuelve a la figura del extranjero, esta vez se trata de una joven italiana que espera un vuelo en Memphis para transportar el cadáver de su marido de vuelta a Roma. Después de volver a hacer un recorrido por las depresivas calles de Memphis y de dejarse engañar dos veces, se hospeda en el hotel Arcade. Allí comparte habitación con una chica de la ciudad que va a huir al día siguiente para intentar olvidar a su ex novio “Elvis”, personaje delincuente que será protagonista en el siguiente corto. Durante la noche en el hotel, a Luisa, la mujer italiana, se le aparece el fantasma del verdadero Elvis. Simplemente se disculpa por haber aparecido en el lugar equivocado y vuelve a desaparecer. Luisa, después de está mística experiencia, queda inmersa en un estado de alucinación durante toda la noche. Al día siguiente, las dos mujeres se despiden y, justo antes de abandonar la habitación, al igual que la pareja asiática, escuchan un disparo de pistola.

Por último, el tercer corto titulado Perdidos en el espacio nos da la clave de unión entre los tres episodios independientes. Este capítulo comienza con el protagonista, Johnny, y su amigo en un bar emborrachándose. Johnny está especialmente deprimido porque, además de perder su trabajo, también ha perdido a su novia (la compañera de habitación de Luisa en el corto anterior). Por culpa del alcohol y el mal genio se pone a “juguetear”en el bar con un pistola cargada. Su amigo llama a otros compañeros para que acudan a calmarle antes de que sea demasiado tarde. Cuando por fin lo consiguen sacar del bar, hacen una parada en una licorería donde, casi de manera inconsciente, dispara al dueño en el pecho y lo mata. Los tres amigos salen corriendo y huyen del lugar. No saben donde ir, pero finalmente van al hotel donde se concentran todos los personajes de Mystery train, al Arcade. El dueño del hotel es el cuñado de uno de ellos y les deja, sin hacerles preguntas, una habitación para que se refugien. Allí, tras pasar la noche totalmente alcoholizados, Johnny intenta suicidarse, el hermano de su ex novia (que es uno de los dos amigos que le acompañan) lo intenta parar y se lleva accidentalmente el disparo en una pierna. A partir de este momento, huyen intentado buscar un hospital donde no los atrape la policía. En los últimos minutos de la película, el coche en el que huyen los tres protagonistas de este último corto se cruza con el tren en el que la pareja de japoneses vuelven de las vacaciones y en el que va también Dee Dee, la ex novia de Johnny, en busca de otro entorno donde vivir.
En Mystery train la figura de un mito tan potente como Elvis da significado de tres maneras distintas a las vidas de los personajes principales, totalmente independientes entre ellos. Jarmusch con su gusto por revisar su país, en esta cinta disfruta tratando el mítico sur de Estados Unidos ligado al blues y el rock. La figura del mayor mito musical de la historia del sur de Estados Unidos funciona en tres niveles diferentes. En el primero y más simple, como un chiste que sirve de conexión entre los tres cortometrajes durante todo el rodaje, especialmente en dos casos: la figura del rey en un cuadro en todas las habitaciones del hotel a la que, ni mucho menos, se ignora y la canción Blue moon que en las tres historias escuchan los protagonistas.
Jarmusch también muestra como la cultura japonesa siente profunda admiración por los mitos, las fábulas y leyendas de Estados Unidos. Pero no desde un sentido de interés por la investigación o por la Historia, sino abrazando únicamente la vertiente más superficial, la que se ve en la televisión, la que se estampa en las camisetas. Así Mizuko, la joven japonesa, dedica parte de la noche en el hotel a seguir completando un álbum que elabora cuidadosamente, donde compara el rostro de Elvis con estatuas populares y con otros mitos similares (la Estatua de la Libertad, Madonna, etc.). Por ello, viven del mito, de la superficialidad, de la realidad fantástica que esconden todas las figuras que fascinan a los individuos por el hecho de que han fascinado a muchos tiempo atrás.

Mientras que la pareja de japoneses se mueven en busca del mito, Luisa, la mujer italiana protagonista de la segunda historia, entra en Memphis por casualidad. No obstante, a ella también le afectan las peculiares tradiciones del sur de Estados Unidos. El director de Flores rotas (Broken flowers, 2005) nos muestra como cada persona que pisa el sur de Estados Unidos entra en contacto con su legado histórico, voluntaria o involuntariamente. De hecho, en un bar un hombre le cuenta una gran historia sobre un encuentro que tuvo con el verdadero Elvis, en el que le regaló un peine para que se lo diera precisamente a ella, a una chica llegada de Roma. Lógicamente, la joven italiana no se lo cree, y aún así, para quitárselo de encima, le da el dinero que le pide. Posteriormente, en el hotel ve al verdadero fantasma… ¿es fantasía? ¿es realidad? ¿no es la realidad más que las fantasías que crea nuestra mente? Esto es lo que parece preguntarse Jarmusch. Si la figura de Elvis era admirada por la pareja japonesa, en el tercer corto se da la visión inversa de la estrella de rock. Johnny, debido a su aspecto físico muy similar al de Elvis, no soporta verlo, y lo primero que hace al llegar al hotel es pedirle a su compañero que dé la vuelta al cuadro en el que aparece el rostro de la estrella, que está harto de ver su cara en todos lados. Así, en Mystery train la figura-mito pasa de ser adorada a ser despreciada, pero nunca indiferente.


En este filme todos los personajes parecen estar algo dementes, desequilibrados, y aunque son completamente distintos entre ellos, sí hay una frase que se repite en los tres grupos de los distintos cortos: “¡Vaya hotel, ni siquiera tiene tele!”. La televisión y los medios que ayudan a abstenerse de sus vacías y solitarias vidas, este objeto es el que buscan para seguir pasando sus días, apartados de la realidad.

Extraído de (pincha en el cartel):



LIT. UNIVERSAL: AMÉLIE NOTHOMB

Ahora hablemos de películas. Sofia Coppola desarrollo su historia de amor y soledad en Tokio en Lost in translation, película de la que habla el siguiente comentario:

Soledades compartidas y emoción intensa

Hay ocasiones en las que los silencios resultan mucho más elocuentes que las palabras, por bien escritas que estén o por muy convincentes que suenen. Hay veces en las que la emoción resiste cualquier tipo de aná-lisis, momentos mágicos en los que la pantalla transmite algo que se te mete por los ojos y va directamente a lo más profundo, a tu corazón, a tu estómago o a donde sea que se esconde esa parte de nosotros que no entiende de razones y explicaciones, que se limita a sentir y a conectarse con una emoción pura que rompe la barrera entre creador y destinatario de la obra convirtiendo a este último en cómplice de ese misterio que rodea a algunas películas que parecen hechas expresamente para uno mismo. Suelen ser obras que apelan a lo más elemental, al tema más universalmente retratado (no ya por el cine, sino por cualquier manifestación artística) y al mismo tiempo, fuente inagotable de historias: el amor, la necesidad de afecto, la huida de la soledad, de ese vacío emocional que parece tan intrínseco al ser humano.

  De todo ello habla "Lost in translation", película que pertenece a ese raro grupo de obras inclasificables, que se resisten a cualquier etiqueta, bien porque su naturaleza escapa a las mismas, bien porque cualquier calificativo que pueda hacerse sobre ella afronta el riesgo de quedarse corto o, al menos, resultar insuficiente para abarcar su peculiar condición, precisamente porque su importancia va mucho más allá de las palabras. A ese grupo privilegiado pertenecen obras tan distintas entre sí en planteamientos y resultados como "Breve encuentro" (David Lean, 1945), "Los puentes de Madison" (Clint Eastwood, 1993), "Antes del amanecer" (Richard Linklater, 1994), "Una relación privada"  (Frederick Fonteyne, 1999), o "Deseando amar (In the mood for lo-ve)" (Wong Kar Wai, 2000); pero películas todas ellas en las que se parte del argumento más elemental del mundo, (un hombre, una mujer y la relación que se establece entre ellos) para reflexionar sobre lo que muchos consideramos como la parte más esencial de la vida, ese universo tan maravilloso y apasionante como fugaz y frágil al que todos aspiramos a vivir con toda su intensidad al menos una vez a lo largo de nuestra existencia. No existe aspiración más humana y universal que esa necesidad de compartir, de crear, de sentir y abandonarse en el que está a tu lado, más allá de su condición de pareja, amante, esposo, objeto del deseo o casual coincidencia en tu vida.

  Bob es un actor maduro que ha sobrepasado la cincuentena. Su presencia en Tokio tiene que ver con un suculento contrato publicitario para promocionar una marca de whisky, pero se percibe con facilidad que huye de un cierto naufragio existencial (“¿Tengo que preocuparme, Bob?”, le dice su esposa al móvil, “Sólo si tú quieres”, contesta él). Charlotte es una veinteañera recién casada con un fotógrafo demasiado ocupado con sus obligaciones laborales al que ha acompañado a la misma ciudad y en la que rápidamente se encuentra sola, intentando comprender ese vacío que empieza a sentir en su interior (“Hoy he estado en un templo budista, había monjes rezando en voz alta y no he sentido nada”, confiesa entre lágrimas de impotencia a una amiga al teléfono) y que la hace sentirse más y más perdida. Ambos comparten un espacio común, un aséptico e impersonal hotel que, en cierto modo, les protege del otro gran protagonista de la historia: la misma ciudad de Tokio, una urbe alienígena que no llega a ser hostil, pero está llena de luz de neón, ruido y de una cultura extraña que aumenta aún más su confusión interior, esa indefinible sensación de vacío y de pérdida. Están destinados a encontrarse y a entenderse.

  Sofia Coppola, que ya nos sorprendió agradablemente en su momento con esa película tan personal, atrevida y extrañamente poética que era "Las vírgenes suicidas", aborda la peripecia de es-tos náufragos existenciales a la deriva, desplazados tanto física como emocionalmente, desde una perspectiva tan brillante como sensible. En un tiempo en el que el cine parece depender como nunca del diálogo como medio de expresión, ella busca constantemente la imagen, el silencio y las miradas cómplices para recrear una de las historias de amor más fascinan-tes y hermosas de los últimos tiempos. Más allá de que domine ese equilibrio siempre difícil de conseguir entre drama y comedia (administrando hábilmente las dosis de humor que provoca la mira-da entre irónica y desconcertada de un Bill Murray inmerso en la incomprensible cultura nipona con la amarga sensación de incómoda soledad que desprende Scarlett Johansson en la habitación de su hotel, mientras contempla desde su ventana la ciudad), Coppola consigue que el proceso de acercamiento entre dos seres tan aparentemente opuestos sea tan natural como inevitable. Dos personas que no saben nada el uno acerca del otro, que están de paso en esa ciudad inescrutable, pero que disponen del tiempo suficiente para compartir sus soledades y cruzarse de forma silenciosa, casi imperceptible, intimidades que ocultan a sus seres queridos y hasta a sí mismos.

  La comunicación de estos dos personajes está construida por esas miradas de comprensión de dos personas que, mucho más allá de sus evidentes diferencias, reconocen el uno en el otro la misma necesidad de compartir parte de ese vacío que no son capaces de definir, mucho menos de expresar. Coppola crea un ambiente mágico en el que una copa nocturna en el deprimente bar del hotel, una película compartida en una habitación para combatir el insomnio, un alocado paseo por esa ciudad que parece fruto de una alucinación, una carta deslizada debajo de una puerta o una caricia furtiva se convierten a ojos del espectador en momentos de enorme fuerza en los que se respira una complicidad que supera cualquier barrera y que, lenta pero inexorablemente, crean unos profundos lazos de afecto entre ambos.

  Los protagonistas de "Lost in translation" saben de sobra que el tiempo que van a estar juntos es pasajero. Su relación es, qué duda cabe, una forma de romance, pero va mucho más allá de eso: la intimidad que Bob y Charlotte comparten no entiende de etiquetas fáciles. Decir que eso tan complicado de definir como lo que se suele llamar química existe entre los dos actores sería desde luego insuficiente ante la intensidad de la emoción que produce el con-tinuo diálogo de gestos, roces, miradas y sentimientos que se establece como un torrente entre ambos (la maravillosa secuencia de la conversación en la cama, coronada con un sublime detalle de sensibilidad o la conmovedora secuencia del karaoke son sólo dos ejemplos entre todo un océano de momentos memorables), un mapa de los muy distintos estados de ánimo que conforman el alma de la película.


  Más allá de la exquisita fotografía deLance Acord, de la compleja y ajus-tada banda sonora, del inteligente trabajo de puesta en escena de Coppola de su propio guión o la impresionante interpretación de dos actores entregados y sublimes, "Lost in translation" siempre perdurará en la memoria por un final apoteósico, de una belleza tal que provoca que broten con facilidad esas lágrimas que sólo pueden surgir de la emoción pura y nunca manipulada, un final tan inmejorable como inolvidable. No se extrañe si al terminar la proyección algo le duele y no sabe exactamente dónde: esta es una de esas películas que apuntan al interior de uno y remueven lo más profundo. Como esas palabras que, con suerte, a veces nos han susurrado al oído sin que nadie más las escuche.

Extraído de (pincha en el cartel):



LIT. UNIVERSAL: AMÉLIE NOTHOMB

Hay también otro cómic sobre sobre interculturalidad titulado Chino Americano, del que os ofrezco una reseña:

La historia que recoge y dibuja Gene Luen Yang en este American Born Chinese nos resulta conocida y cercana a la mayoría a poco que reflexionemos y nos adentremos en los últimos años de nuestra infancia y en los primeros de la adolescencia, donde todos tuvimos que buscar y encontrar nuestro hueco, nuestro lugar en el mundo. Desde la distancia de los años pasados, cada cual habrá seleccionado los recuerdos y tendrá así su visión más o menos edulcorada o amarga de aquellos años, aunque seguro que ni son todos tan dulces ni tan agrios: la lejanía y la memoria nos juegan buenas y malas pasadas, filtrando lo que nos viene según el momento vital actual, que -en gran medida- resulta de aquellos años.

Jin Wang es un niño de padres chinos nacido en los Estados Unidos, que se ve obligado a cambiar de ciudad y por tanto, de colegio, a mitad de lo que hoy es primaria (mañana, ya se verá), donde es el único de su clase de origen asiático, exceptuando a una niña de origen japonés (y americana, suponemos) con la que apenas si tiene relación: no quieren convertirse en el par que todo el mundo asocie por proximidad y se evitan tanto como pueden, aunque eso signifique estar (y sentirse) aislados. En estas condiciones, el protagonista se enfrenta al mundo solo, con el único apoyo de sus Transformers, que le recuerdan a su antiguo hogar, le dan cobijo y le sirven de referente para lo que podría llegar a ser su vida futura. También será, a través de estos robots cambiantes, como conocerá a su único amigo Wei-Chen Sun, un chino taiwanés, recién desembarcado al quien pondrá al día sobre el american way of life.

Al mismo tiempo, Gene Luen Yang nos cuenta dos historias más. Una, en la que sabemos del Rey Mono y su proceso para convertirse en dios, pues es lo que más desea y en esos esfuerzos, abandonar su naturaleza de mono, convirtiéndose en algo más de lo que ya es. En la otra, nos habla de un adolescente americano tipo, integrado en su instituto, pero que cada año recibe la visita de un pariente chino que pone ese pequeño mundo suyo, perfectamente ordenado, patas arriba y que le lleva a tener que cambiar de escuela después del terremoto que supone la nefasta visita china, por lo que cada curso se convierte en una nueva búsqueda de ese pequeño espacio y esperar que no se rompa por una nueva llegada desquiciante.


Estas tres historias, en principio paralelas -hasta ahí podemos contar- a nivel gráfico se nos presentan en un formato curioso y, suponemos, muy estudiado: nada en Chino Americano está dejado al azar, todo tiene una razón y un motivo, que no es aparente, pero que encaja a la perfección a medida que se avanza en la narración. En el espacio de la hoja, Gene Luen Yang delimita la parte central, dejando un amplio margen arriba y abajo, para llevar a cabo la historia, encuadrando dentro de un mismo marco, de igual tamaño en todo el tomo, las viñetas y la composición necesarias.

Este formato queda siempre a la altura de la lectura del ojo, que apenas si tiene que desplazarse de altura en la lectura de ésa y de las siguientes páginas, viéndose todo como un continuo muy cómodo y relajado.
También nos acompaña una sensación de limpieza y, curiosamente, de amplitud, que se ven potenciadas por un dibujo de trazo claro y limpio, sosegado, de sensación de paseo por los dibujos, de ser llevado y de dejarse llevar y de querer siempre más. Y lo obtenemos. American Born Chinese ofrece más, a través de localizaciones lejanas y extrañas, nos lleva por senderos de sentimientos y experiencias cercanas y conocidas sin esfuerzo, todo transcurre con la magia alrededor, pero sin que sea impuesto, está ahí rodeándolo todo para llenar de significado el resto que no tiene o parecía no tenerlo.

El color que lo inunda todo, tiene matices fríos, colores suaves y apagados: grises, verdosos y pardos, llenan los fondos, dejando que destaquen los personajes, que se atreven con colores más cálidos y que quedan así patentes como verdaderos protagonistas, con las expresiones corporales y, sobre todo, faciales como auténticos motores del dibujo.

Todo ello convierte la lectura de este Chino Americano es una delicia que te atrapa y que no puedes para de leer, de la que intentas desgranar todas las claves desde el principio, pero al mismo tiempo, te dejas llevar por la magia y por la cruda realidad, pasando de una a otra sin sobresaltos, pues te van dejando pistas para que llegues a tus propias conclusiones, identificándote, de forma a veces lejana, otras más cercana, con lo que está pasando y viviéndose. Es, en resumidas cuentas, un tebeo muy recomendable, que te mantendrá la mente despierta y despejada, sin dejar de lado el entretenimiento - como el humor, que brilla en todo el tomo- y el gusto de haber leído algo con sentido y sentimiento, hecho con meticulosidad y calidad, conociendo qué contar y cómo, sobreponiéndose a la supuesta localidad para contarnos temas universales y personales.

Extraído de (pincha en la portada):





LIT. UNIVERSAL: AMÉLIE NOTHOMB

Como os había comentado, os ofrezco manifestaciones culturales de cruces culturales, empezando por el cómic Piel color de Miel.

El viaje de la adopción 1970, Seúl.




El pequeño Jung Sik Jun recorre las calles del barrio de Namdaemun. Es un niño de 5 años de edad sonriente, espabilado y sabe dónde encontrar comida. Cerca de un mercado, un policía cambiará su destino y marcará el inicio del recorrido de la adopción. Un viaje que no termina en las manos de una familia, al contrario, es la casilla de salida. Su primera parada será el orfanato Holt, donde su expediente revela la fecha de nacimiento, el nombre completo, el color de su piel (miel) y otros datos de interés: … “el niño es dulce, gentil y muy guapo. Niño recomendado para la adopción”. Los vagos recuerdos de aquellos días, una didáctica explicación sobre la guerra de Corea y los conflictos posteriores (una importante contextualización para comprender el fenómeno de la adopción de niños coreanos) y el emotivo, recurrente e imposible deseo de encontrarse con su madre envuelven el segundo nacimiento de Jung. 1970, extrarradio francófono de Bruselas. Adoptado por una familia belga, a medida que crece y se adapta a su nueva situación, va perdiendo sus referentes coreanos. De hecho, la pérdida se convierte en rechazo y afloran los primeros sentimientos de abandono y desarraigo. Los juegos con sus hermanos en el bosquecillo cercano a su casa, las horribles pesadillas de infancia, la toma de conciencia de uno mismo, las dudas propias de la edad, las mentiras del miedo darán paso al despertar sexual, la sensibilidad artística, el entusiasmo por la cultura japonesa, los días de instituto … Un fresco, una fotografía de alguien que busca aceptarse a si mismo. Piel Color Miel es un excelente trabajo de introspección. Una terapia exenta de artificios que refleja el sentir de muchos que han vivido de forma similar su experiencia (especialmente el caso coreano, único en el mundo debido a sus causas históricas, económicas y sociales). Sin embargo, la originalidad de la obra está en la concepción de la adopción como un viaje que acaba cuando uno consigue superar el sentimiento de abandono, se enfrenta a la tragedia y, especialmente en el caso de Jung, acepta la diferencia.

En este sentido, lo plasmado por el autor bien podría ser una especie de manual sui generis sobre la adopción, muy didáctico y que aporta una nueva y esperanzadora visión. Una íntima guía para padres primerizos, ya que como se lee en sus páginas: “Nuestras adopciones no acaban el día en que nos recogen. Es sólo el comienzo de nuestro recorrido como adoptados. Avanzamos a tientas, a oscuras, sin saber adónde vamos. El apoyo y el amor de los padres son fundamentales …”.

Jung al desnudo

 Jung Sik Jun se adentra en las profundidades del alma, de sus recuerdos y de sus fantasmas para confesar, con el temple del paso de los años, todos sus sentimientos. Comparte con el lector secretos, traumas y reflexiones profundas de gran emotividad. Un extraordinario esfuerzo, un exorcismo liberador, consciente de que aún le queda camino que recorrer. Una terapia donde los lápices, naturales, veraces y alegres, trasladan media vida de lucha interna. Un conflicto que, como apunta el propio Jung, se manifiesta en todos sus trabajos con las constantes: abandono, desarraigo, identidad y Asia.


Desde el cariño y el respeto, adornados con un entrañable sentido del humor, Piel color Miel respira optimismo, sabiduría y sinceridad. Así lo demuestra su propuesta artística, un blanco y negro liberado de estructura predefinida, combinando multitud de composiciones de página y enfatizando los momentos clave con viñetas metafóricas. El trazo del dibujo, con toques “abocetados”, es cercano y cálido. Un estilo magnífico para retratar la infancia y la adolescencia. En este aspecto, la independencia en la forma contrasta con el resto de sus obras. Sin ataduras, Jung ha logrado una grata sorpresa editorial y una parada obligatoria para los amantes del cómic.

No estamos ante un manhwa, sino ante un BD en mayúsculas de un autor que promete seguir contando su apasionante viaje. Para los que desconozcan a este artista, es obligado mencionar que después de cursar humanidades en el Ateneo Real Rixensart, ilustración en la Academia de Bellas Artes de Bruselas y animación en laEscuela de Arte de la CambreJung consiguió publicar dibujos para obras tan populares comoSpirou y Tintin y para la Belgian Business Magazine. Entre sus obras más conocidas destacan La Jeune fille et le vent con Martin Ryelandt y Kwaidan junto con Lee-Yun, su esposa.

Extraído de (pincha la portada):



LITERATURA UNIVERSAL: SHAKESPEARE

SER Y NO SER

JAVIER VILLÁN
El Mundo.
23/04/2014

Todo lo humano empezó con él. Por así decirlo, lo inventó. La reflexión es del reputado crítico Harold Bloom y se antoja una verdad imperecedera. Sobre todo hoy, cuando se cumplen 450 años de su nacimiento. Shakespeare es, en definitiva, inabarcable, eterno y sus personajes -Hamlet, Lear, Otello, Macbeth- siguen más vivos que nunca. Lo que viene a continuación son diez claves para seguir sorprendiéndonos con el bardo de Stratford-upon-Avon.

Macbeth, poder absoluto

En Shakespeare, el eje de sus personajes, la razón de su existencia es el poder; que con frecuencia semeja una patología sin remedio, un ansia de poder que descubre todas las miserias, debilidades, grandezas y complejidades de los hombres. Shakespeare. La invención de lo humano no es un título arbitrario de Harold Bloon. Toda la historia de las pasiones y los fracasos de la Humanidad pasa por Shakespeare. Por alcanzar el poder los personajes asesinan, traicionan. Matan, se lavan las manos, se restriegan las marcas, pero la sangre del rey asesinado es indeleble. Enloquecen Macbeth y Lady Macbeth, su principio de vida y muerte; su apoyo, también enloquece. La conquista del poder no basta para acallar los gritos de la conciencia. El fantasma de Banquo se presenta en medio de un banquete; el amor-pasión de Lady Macbeth tampoco vale para borrar los fantasmas acusadores. Y el bosque de Birnan avanza implacable y misterioso; y el «hombre no nacido de mujer», el único que podrá matar a Macbeth, existe; es Macduff que no nació de mujer, lo sacaron del vientre de la madre ya muerta. Lady Macbeth es el impulso creador y destructor; la pasión por el poder y la pasión carnal por su marido: eros incandescente. Todo será aniquilado por la mala conciencia. Estaba implícito en los conjuros de las brujas: serás rey, pero no padre de reyes.

Víctimas y verdugos

Como en la vida, en la obra de Shakespeare hay dos grandes bandos: las víctimas y los verdugos. Como en la vida, las víctimas debieran pasar más inadvertidas que sus opresores dotados de una fuerza demoniaca, grandiosa. Con todo, las víctimas no carecen de grandeza gracias al genio teatral de Skakespeare. Víctimas ideadas como protagonistas que al final son anuladas por otro personaje: Otelo queda difuminado por Yago e incluso por Desdémona. La verdadera protagonista de El mercader de Venecia es Porcia y el propio Antonio queda por encima. La piedad filial de Cordelia reconstruye el poder perdido de Lear, lo sostiene. La fiel Cordelia alcanza el rango de triunfadora.

La esencia del teatro

En Shakespeare, grandísimo poeta, no hay literatura, hay teatro; siempre teatro. Shakespeare conoce el teatro, su naturaleza y su esencia. Basta con escuchar al príncipe Hamlet los consejos que da a los cómicos que llegan a palacio para convencerse de que el teatro es consustancial a Shakespeare y que éste conocía a fondo los misterios escénicos: «Soltura y naturalidad, pues si declamas a voz en grito, valiera más que diera mis versos a que los voceara el pregonero. Guárdate también de aserrar demasiado el aire con la mano. Moderación en todo, pues (...) siempre debes tener aquella templanza que hace suave y elegante la expresión». De ahí el interés que suscitaba en Antonin Artaud: el genio de Avon, poeta que nunca confundió Teatro con Literatura. Shakespeare, el genio poético de la palabra dramática; Artaud el lenguaje del cuerpo. Ambos, poética de la crueldad.

Falstaff, el bufón, el placer

Falstaff es el amor a la vida, el sentido lúdico de la lealtad. El golfo desterrado de su paraíso cuando su amado príncipe llega a rey. Vitalista, condenado, se redime por lo mismo que le condenan: la transgresión de las normas, la invención de códigos de conducta incorrectos: Falstaff, un bufón melancólico y traicionado ha sobrevivido a la deslealtad y a la razón de Estado de Enrique IV, su compañero de francachelas mientras fue príncipe. Cobarde, fanfarrón, borracho y profundamente humano. La razón de Estado puede más que la amistad; un golfo como Falstaff no puede ser amigo de un rey; las malas compañías son mala imagen para la corona. Fue el preceptor de Enrique en las artes de la vida y del placer; pero luego es un estorbo. Por eso, porque perdió el favor del rey y su amistad, Falstaff es un personaje melancólico: un desterrado de la felicidad.

Hamlet, locura fingida

Hamlet más que dudar, reflexiona con insólito ingenio y brillantez; es la sombra del padre que vaga por las murallas de Elsinor: nebuloso, pero muy real. Sabe de la traición de la madre, del crimen adúltero. Y a vengarse dedica sus afanes. «Ser o no ser» es una abstracción, no la definición medular de su carácter; su objetivo es provocar la autoinculpación de su madre, la reina Gertrudis. Y una ironía perversa que oculta sus intenciones. Cuando Horacio señala que las sobras del banquete funeral se están utilizando para el banquete nupcial, le responde con sarcasmo: «Economía, Horacio, economía». Se inventa una farsa para los cómicos en la que Claudio y Gertrudis vean reflejado su crimen. Es la intensidad intelectual del conocimiento mutante, la mismidad dentro del desdoblamiento de una caja de muñecas rusas. Psicologías sucesivas y, por lo tanto, teatrales. No es, como se ha dicho, la sublimación de la capacidad negativa de Shakespeare, sino la estilización escénica de sus contradicciones: un loco cuerdo.

Shylock, el judío engañado

Shylock, el mercader veneciano, pretende ser verdugo, pero acaba siendo una víctima; un judío no puede vencer, antisemitismo cruel y explícito de Shakespeare. Los rasgos con que Shakespeare dibuja a Shylock son los clásicos del antisemitismo: un físico abominable, la avaricia, el prestamismo a precios abusivos. El mercader sin más alma que el dinero. Un judío que resume la mueca sarcástica de la avaricia y la perversidad: préstamo y beneficio. Una parodia de lo peor de los judíos. Tan malo es Shylock, el despreciado, el humillado, que, al defender a su raza, ha sido el agente más eficaz del antisemitismo; incluso en la protesta por los agravios, sigue siendo el «perro judío»: «¿No sangramos si nos pincháis, no morimos si nos envenenáis y si nos hacéis cosquillas no nos reímos? ¿Y no nos vengaremos si nos ultrajáis?». Su saña justiciera es tanto sed de restitución como de venganza. Pero ha prevalecido la revancha, el ajuste de cuentas: paga o muere... Por encima de todo prevalece la obsesión de Shylock: «Esta libra de carne es mía, y la tendré». Porcia, uno de los personajes más sugestivos y astutos del universo femenino shakesperiano, lo vence en el juicio: una libra de carne, pero ni una gota de sangre. Luego, Shakespeare se recrea en la derrota del malvado Shylock.

Yago, la astucia, el manipulador

En términos estrictos no es la maldad lo que diferencia a los verdugos y las víctimas en Shakespeare, sino el ejercicio del poder. Tampoco el maquiavelismo; todos conspiran, todos engañan. Y Yago es uno de esos secundarios que por su inteligencia taimada se alza a protagonista; en Otelo es más importante Yago que el moro de Venecia y que Desdémona. El maquiavelismo no se diferencia por los medios que se utilizan, todos abominables; se diferencia por la eficacia y por el grado de poder que es capaz de alcanzar; y el poder no es válido, sino que es un poder absoluto.

Rey Lear, el poder perdido

Para Lear la hija preferida es Cordelia; pero Cordelia es la más inocente, incapaz de falsedad y doblez en la que Gonerila y Regania son maestras. Y Lear no entiende esa incapacidad para mentir. Rey Lear pierde, se condena al vagabundaje, cuando entrega el poder a sus dos hijas bajo falsas promesas de vasallaje; va de puerta en puerta mendigando una acogida sobre la cual ya no tiene autoridad. Gonerila y Regania lo abandonan, le despojan de sus prerrogativas, pues sólo buscaban el poder y el reino; Cordelia sigue amándolo, lo protege, lo defiende, le da la acogida que le niegan sus hermanas. Piedad frente a poder, compasión frente a egoísmo.

Ricardo III, la lujuria

El encanto malvado de un canalla. ¿Retrato de Marlowe, quizá? Pudiera ser. En cualquier caso, terrorismo escénico, parodia de la abyección elevada a la categoría de lo sublime. Ricardo tiene algo de bufón, pero sin la jocundidad de Falstaff; mucho del maquiavelismo perverso de Yago, una autosuficiencia diabólica: seductor por la palabra exacta, pese a la deformidad de su cuerpo. Lady Ana lo detesta y fascinada sin saber por qué se casa con un asesino que la destruirá. Y al fin, la derrota: un caballo cojo, una batalla perdida. Ricardo pudo seducir a las mujeres, mancillarlas, envolverlas con un verbo venenoso. Pero, solo y descabalgado en la batalla perdida, no supo convencer a un miserable soldado de que le prestara un caballo para huir: «Mi reino por un caballo».

Fascinación de las mujeres

Ofelia nunca entendió al príncipe de Dinamarca incluso puede dudarse de que lo amara verdaderamente. No es la pasión enamorada de Julieta ni la sentimentalidad filial de Cordelia ni la astucia enamorada, dúplice y travestida, de Porcia. Tampoco es la pasión erótica de Lady Macbeht: la lujuria del poder y sus abismos. El príncipe Hamlet la desdeña. Y está muy lejos de la atracción carnal, del erotismo criminal de Lady Macbeth. Es una mujer empalagosa. Me remito a Valle-Inclán, cuyo marqués de Bradomin la consideraba personaje digno de los Quintero, el teatro que más odiaba Valle: «¿Ofelia?», pregunta Rubén Darío. Responde el marqués: «Una niña pitonga. Y el príncipe [de Dinamarca] un Babieca como todos los príncipes». Cleopatra es más que una zorra entrada en años. Gertrudis, más que una adúltera incestuosa que se acuesta con el hermano de su marido. El mundo de las mujeres de Shakespeare es pura fascinación; y acaso más en las comedias; el contrapunto sin el cual los personajes masculinos no existirían o, por lo menos, no se entenderían en toda su dimensión.