martes, 29 de octubre de 2013

REDACCIONES SOBRE LA INFANCIA

Os ofrezco dos redacciones, sobre el mismo tema, de dos alumnos, una de 1º de la ESO y el otro de 2º de la ESO. Me han parecido muy buenas, por lo que decido compartirlas (con su consentiemiento, evidentemente)

MI INFANCIA

Cazaba mariposas, dormía todo el día, jugaba con mi perro, veía el Rey León, veía Bambi, iba al parque, no me preocupaba por estudira, no quería salir de Boo, jugaba con las barbies, jugaba con el nenuco y el baby born, pescaba renacuajos, me disfrazaba con la ropa de mi madre, jugaba a las tormentas con mi padre, odiaba a los chicos, me metía los brazos en la camiseta y le decía a la gente que los había perdido, me escondía con mi hermana en la despensa, apagaba y encendía el juego cada vez que veía que iba a morir, intentaba cerrar la puerta de la nevera despacio para ver si la luz se apagaba, intentaba dejar el interruptor de la luz entre ON y OFF, era muy tímida, quería entrar en la TV, usaba el mando de la televisión como un micrófono, íbamos dentro de un árbol y nos pasábamos las tardes echados en las ramas, dormía abrazada a todos los peluches para que me protegieran, llenaba el tapón de agua y lo bebía como si fuera un chupito, me hacía la dormida para que mi padre me llevara en brazos a la cama, solía pensar que la luna seguía a mi coche, miraba las gotas de agua caer en la ventana y hacía como si fuera una carrera y cuando me tragaba una pepita creía que me iba a crecer un árbol en la tripa.

Sofía Vázquez González (1º ESO A)

RECUERDOS DE MI INFANCIA

Moler los kikos para no forzar los dientes, las papillas que me hacía mi madre. Ir por el parque con mi triciclo. Comer gusanitos blandos. La comida de la abuela. Los click de playmobil. Destrozar los click de playmobil. Ver los dibujos animados. Inventarme batallas con los soldadidos. Las meriendas de por las tardes. Jugar con mi primo en el parque. Jugar con mis amigos al balón. Construir con piezas de Lego. Mi abuelo contándome historietas. Ver que el ratoncito Pérez me daba dinero por mi diente. Ver los museos con el colegio. Tirar pan a los pájaros, para que comieran. Ir de camping. Reír a carcajadas. Jugar a los videojuegos. Pintar las paredes cuando solo tenía dos años. Ver los fuegos artificiales en el parque al lado de mi casa. Ver una película una y otra, y otra vez sin cansarme. Viajar a Jerez de la Frontera. Jugar al futbolín casi todos los días. comer una buena sandía en verano. Celebrar la Navidad en familia. Ir a salir a tomar algo con mis abuelos. Pasear por las tardes por las calles de Madrid. la crema para el cuerpo después de la ducha. Comer pizza en el Telepizza. Oler el aire sucio de Madrid. Soportar el calor del verano. Ver la exposición de la Edad Media en el parque. Comprar Dalsy en la farmacia. Los juguetes perdidos que luego recuperé.

Jesús Díaz Delgado (2º ESO B)


3º ESO LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA

Otro artículo más de Álex Grimeljo

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"No me consta", dicen los testigos

Cuando damos testimonio de algo, no se espera que certifiquemos su verdad fehaciente sino que simplemente seamos sinceros

La retórica nos ofrece un baúl de recursos para las situaciones comprometidas. Uno de ellos consiste en no proferir aseveraciones categóricas, y pronunciar solamente frases con apariencia de rotundidad. Ya nos avisó Aristóteles de que el público asiente ante las afirmaciones ambiguas.

Las palabras difusas cambiarán luego milagrosamente de sentido cuando se altere el entorno desde el cual las habíamos observado. Así, por ejemplo, un dirigente político puede declarar: “No tengo intención de subir el IVA”; y conseguir que su frase obtenga la común aceptación de que ese impuesto no va a incrementarse. Una vez que pase el tiempo, ya se proyectará otro contexto sobre la declaración pronunciada: es verdad, no tenía la intención, las circunstancias le han obligado; y además lo que dijo fue “no tengo la intención de...”, en vez de “no voy a subir el IVA”. Por tanto, no mintió; al menos objetivamente.

¿Miente el cirujano que le dice al paciente tras un primer examen “no tengo la intención de extirparle el riñón”, aun sabiendo que probablemente lo hará? Quizás no miente, pues en verdad no siente interés alguno por la extracción; pero sí le engaña.

La contestación “no me consta”, anotada en declaraciones políticas y judiciales, puede relacionarse también con las figuras retóricas de la ambigüedad. Por lo común, la psicología cognitiva nos conduce a entender “no me consta” como sinónimo de que se ignora algo. Ahora bien, las afirmaciones que hacemos están constituidas por lo que decimos y por lo que desechamos decir, como en el caso del riñón. Y así algunos declarantes desechan “lo niego” o “lo desconozco”, y eligen “no me consta”.

Esas contestaciones con información parcial recuerdan a la del cónyuge que había llegado tarde a su casa por la noche y que en la mañana siguiente respondía con soltura cuando su pareja le preguntaba a qué hora regresó: “A menos cuarto”.

Y sucede algo parecido cuando, también en el hogar, uno de los miembros de la familia le pide a otro que le alcance el arroz, a lo que este último contesta un rato después: “No lo encuentro”. Eso puede significar tanto que no hay arroz en la casa como que no lo ha buscado bien, o incluso que ni se ha molestado en hacerlo o que ni siquiera sabe en qué estante se coloca. Pero sigue siendo cierto que no lo ha encontrado, frase de la cual no se deduce en ninguno de esos supuestos un falso testimonio: porque no ha dicho que el arroz no esté, ni que no tenga la intención de buscarlo, sino que no le consta.

Y si a uno no le consta algo, eso significa, diccionario en mano, que no le es manifiesto, o que tal cuestión no ha quedado “registrada por escrito”, o que no le ha sido “notificada” (verbalmente o en un papel).

Claro, no podía constar aquello que se hizo para que no constase. Si alguien escondió el arroz, no nos consta que exista. Y si sabemos que alguien lo escondió, también podemos responder que no lo hallamos porque no nos consta dónde está.

Además, una cosa es que sepamos algo y otra que nos conste. Lo definió muy bien el escritor egipcio Edmond Jabès: “Sé que estoy mintiendo cuando en alguna ocasión miento. Nunca sé realmente si digo la verdad cuando intento decirla, aunque esté totalmente convencido de ello”.

Por tanto, la respuesta sobre los sobresueldos y la ofrecida sobre el arroz se ciñen a lo cierto. Pero cuando damos testimonio de algo, no se espera que certifiquemos su verdad fehaciente, indubitable, científica, sino que simplemente se trata de que seamos sinceros, lo cual excluye toda posibilidad de engaño o de silencio intencionados.

La litotes es una figura retórica (también llamada atenuación o hiposemia) que atempera un concepto abrupto. Por ejemplo, “no aplaudo lo que haces”, en lugar de “lo critico”. En esa línea de negaciones con trampa se dice también “no está usted admitido” en vez de “le hemos rechazado”; o “no se permite fumar” en vez de “está prohibido”. “No me consta" puede representar igualmente una forma de no decir diciendo, una minoración, una hiposemia. O un truco más para no alcanzarnos el arroz.


3º ESO LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA

Un nuevo artículo de Álex Grijelmo:


El fallo informático, o el fallo del informático

El truco consiste en alejar gramaticalmente a las personas de los fenómenos que ellas mismas provocan

 

El lenguaje permite que nos expresemos sin echar la culpa a nadie, y mucho menos a nosotros mismos. Por ejemplo, decimos “la acera se agrietó”, oración en la cual el agente y el paciente son la misma cosa: la acera. Y de ese modo reflejamos sucesos en los que parece que no hay nada que hacer.


Así ocurre también con verbos como “llueve” o “nieva”, de forma que la lluvia llueve y la nieve nieva, ya que la nieve hace nevar y la lluvia hace llover, o la lluvia se llueve y la nieve se nieva, sin intervención del ser humano. Sucede igual con la expresión “hace frío”, en la que el frío se construye a sí mismo. Se trata de oraciones redondas, por tanto; oraciones sin culpa.


Y realmente poco podemos hacer para que la acera no se agriete por efecto del sol o del agua y el hielo (salvo repararla, claro; pero una vez que ya se agrietó). Y tampoco parece fácil evitar que llueva, nieve o ventee. En ese sentido, la lengua responde a una ética: no hay sujeto gramatical porque no hay nadie a quien podamos responsabilizar.


El lenguaje pone a nuestro servicio un mecanismo muy preciso, formado por tuercas, tornillos, correas, engranajes (verbos, artículos, adjetivos, conjunciones…), que funcionan y encajan a la perfección a fin de expresar ideas claras. Esa maquinaria se inventó para la mutua comprensión de las personas, y sin embargo la retorcemos de tanto en vez por razones menos claras. La elusión de responsabilidades suele figurar entre ellas.


Así, entre unos y otros vamos creando frases hechas que circulan a sus anchas y a sus largas por los textos informativos, conformando la idea de un mundo en el que ciertas cosas ocurren por algún designio incontrolable. Un avión se retrasa “por razones operativas” o “por razones técnicas”; los precios “han tenido un comportamiento al alza”, y los datos equivocados sobre el patrimonio de la infanta Cristina entregado por Hacienda al juez fueron consecuencia de “un fallo informático”; expresiones todas ellas en las que el verdadero desencadenante de la acción se camufla: los aviones no parecen tener operadores ni técnicos, los precios se comportan solos sin que nadie los suba o los baje, y los programas del ordenador han adquirido vida propia.


En el caso de las famosas fincas cuya venta atribuyó Hacienda a la Infanta, del fallo informático pasamos a una equivocación “en la carga de datos”, y luego resultó que todo se debía a “errores atribuibles al procedimiento”, según la respuesta del ministro Cristóbal Montoro. Los errores solo tienen autores gramaticales. ¿De quién es la culpa? Del procedimiento. Y ahí nos quedamos. ¿Y cómo se erró en el procedimiento? Pues con la carga de datos. ¿Y por qué se hizo mal la carga de datos? Por un error informático.


Oímos con frecuencia esta última respuesta en la vida cotidiana. ¿Quién causó que los ordenadores de nuestra oficina se vinieran abajo? El fallo informático. Es decir: ¿Quién tiene la culpa del error? El error mismo. Igual que la acera que se agrieta y la lluvia llueve y el frío se hace solo.


Si sabemos que una persona murió de dos disparos y preguntáramos ¿por qué murió Fulano?, esta extendida técnica de omisión nos daría la siguiente respuesta: murió porque recibió dos disparos. Y si insistiéramos: ¿pero quién hizo los disparos?, nos responderían: los hizo una pistola.


La adición de un adjetivo a las palabras “error”, “fallo” o “equivocación”, y la omisión correspondiente de un sustantivo semejante al calificativo mencionado salva siempre al responsable de la pifia: “el error administrativo”, “el fallo técnico”, “la equivocación judicial”… Nunca “el error de un administrativo”, “el fallo de un técnico”, “la equivocación del juez”. Estas últimas expresiones, si se pronunciaran con todos los elementos gramaticales disponibles, nos inducirían a reclamar responsabilidades a las personas concernidas, pues representaríamos en nuestra mente que la acción fue causada por seres humanos y no por ideas abstractas o fenómenos de la naturaleza.


Un viejo aforismo jurídico dice que “la causa de la causa es causa del mal causado”, pero las explicaciones que el poder suele brindar ante sus errores intentan a menudo quedarse en la causa inmediata, para camuflar la idea de que existe una causa remota que a su vez es causa de la causa.


El truco consiste, pues, en alejar gramaticalmente a las personas de los fenómenos que ellas mismas provocan. Así, no aumentan los delincuentes, sino la tasa de delincuencia (o el índice de criminalidad); o cae el empleo, o la economía se enfría, o el crédito se desploma; evidencias físicas que se nos presentan con la misma distancia con la que hablamos de la mayonesa que se corta o de la planta que se seca.


Claro está que sufrimos fenómenos que no podemos controlar. Nadie ha inventado aún la forma de evitar que se haga de noche o de que el invierno llegue después del otoño. Pero si la leche hirviendo se sale del recipiente y las begonias se nos amustian, la culpa no será del exceso de calor ni de la falta de agua, sino del informático que programó el ordenador central de la casa.




3º ESO LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA

Os ofrezco otro interesantísimo artículo de Álex Grijelmo.

Palabras con prejuicios

El discurso de los espacios de cotilleo transmite ideas rancias sobre los modelos de vida

 

Lo malo de los espacios de cotilleo son los cotilleos, desde luego: esa forma de entrar en las vidas ajenas sin permiso. Y lo peor, que a su lado viaja otro mal, más inadvertido: los prejuicios y pensamientos rancios asociados con las palabras del discurso general que se farfulla en tales programas.

Las oraciones adversativas y las concesivas muestran a veces nuestro subconsciente: Alguna vez habremos oído: “Es un restaurante marroquí, pero muy bueno”, o algo similar. Y ahí la conjunción “pero” delata el pensamiento estropeado.

Incluso la televisión pública se contagia de estos usos. El 2 de enero, a las 14.51, poco antes del Telediario, se pudo oír esta afirmación sobre la famosa Isabel Preysler y el exministro Miguel Boyer: “Cierto que no se casaron por la Iglesia, pero han cumplido a rajatabla esa máxima de permanecer unidos en lo bueno y en lo malo”. De lo cual se deduce que casarse por la Iglesia y escuchar sus fórmulas rituales hace que los matrimonios se apoyen más a lo largo de su vida útil, a diferencia de lo que ocurriría con un matrimonio de los que salen del juzgado, que resultan de peor calidad. Se ve que estos ya vienen defectuosos de fábrica.

Otro prejuicio emboscado en la fraseología de esos programas consiste en entender la vida en pareja formal como la auténtica situación natural de los seres humanos, la única aspiración posible; hasta el punto de que solamente en esa condición se puede disfrutar de la existencia. La alegría y la felicidad se identifican con tener una compañía sentimental. Lo contrario significa sufrir una vida desdichada, destrozada tal vez; y en ese caso todo ser humano debería intentar rehacerla.

El pasado 11 de noviembre, a las 14.50, proclamaban desde TVE refiriéndose a la exesposa de un político español recién divorciada: “Un atractivo mexicano de 47 años le ha devuelto la sonrisa”. Aquella mujer perdió la sonrisa con el divorcio (no durante el matrimonio, parece ser); y sólo una nueva relación se la devuelve. Y entre medias, nada: la tristeza.

La felicidad se identifica con tener una compañía sentimental. Lo contrario significa sufrir una
vida desdichada.

El 16 de diciembre nos cuentan que el cantante David Bisbal y su expareja “rehacen sus vidas”. Y el exmarido de Paulina Rubio también “ha rehecho su vida” con una modelo venezolana (14.35 horas, 5 de mayo, en TVE). Se va entendiendo una vez tras otra —y habrá ejemplos semejantes en la prensa y la radio, por supuesto— que el periodo entre una pareja y la siguiente sólo puede identificarse con una mala etapa, en la que se pierde hasta la sonrisa.

Sin embargo, mucha gente habrá experimentado que se puede vivir con plenitud ese tránsito, resulte corto o largo; y hasta hay quien decide quedarse en él tan ricamente.

He ahí por tanto el prejuicio de las frases que comentamos, según las cuales todos parecemos ser mitades en busca de la media naranja que nos complete.

Seguramente conocemos más adultos casados que solteros, cierto. Sin embargo, siempre queda un margen para las posiciones alternativas. Porque muchos creen que la felicidad individual también se puede encontrar transitando por caminos distintos, bien por lo regular o bien por lo pirata, quién sabe si con puntos de llegada insospechados; y que no son desdeñables los que cada cual elige recorrer en solitario o mediante compañías ocasionales para algunos de sus tramos, no necesariamente con relaciones amorosas o sexuales sino también de amistad o apoyo mutuo; relaciones sinceras, con roce o sin él.

La vida —la profesional, la sentimental, la lúdica... todas las vidas que tenemos y reunimos en una— supone una sucesión de etapas, y cada uno las administra como mejor le parece; y ninguna excluye la felicidad relativa que buscamos todos.

Sabemos a estas alturas que tras una situación de desencuentro matrimonial o de pareja esa vida no se recompone siempre por el procedimiento de encontrar un rápido reemplazo. Y habrá quien pueda rehacerse de otras muchas maneras (tal vez centrándose en su trabajo, en sus estudios, en aprender inglés de una vez, o en el resto de su familia, incluso con alguna relación extraparlamentaria), y muchos viven felices exprimiéndose como naranja partida y suelta, tanto en la versión pasajera como en la perenne.

Pero en tales programas se supone que cuando una pareja se deshace sólo puede acarrearse un recuerdo desgraciado, una rémora vergonzosa. Así, oímos en el citado espacio televisivo que Paul Newman “cargaba a sus espaldas con un matrimonio fracasado” cuando se casó por segunda vez.

Bueno, lo normal si alguien se casa por segunda vez es que en la primera algo haya salido mal, por lo que no hacía falta cargar la mano con tal expresión, que se vuelve así relevante para transmitir el prejuicio.

Los presupuestos mentales que se hallan tras esas frases se basan en un modelo ideal y único, y deseable universalmente. Y transmiten toda una carga de pensamiento de la que quizás no son conscientes sus redactores ni gran parte del público receptor.

Así que en algunas ocasiones los periodistas transferimos nuestros prejuicios junto con la información que difundimos. Y por tanto, convendría que de vez en cuando rehiciésemos, nosotros sí, los textos que publicamos.


3º ESO LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA

Os traigo hoy un artículo muy interesante de Álex Grijelmo sobre el pleonasmo.

El cadáver estaba muerto

El genio del idioma no quiere que se diga con dos palabras lo que se expresa con una.


ÁLEX GRIJELMO 27 OCT 2013 - 00:00 CET

Lo publicó un diario madrileño el 1 de junio: “Ayer por la mañana se practicó la autopsia al cadáver del fallecido”.

Realmente nos dejaba ya muy tranquilos saber por esa frase que las autopsias se les practican a los cadáveres, pero todavía nos quedamos más a gusto cuando supimos que esos cadáveres están muertos.
El genio del idioma no quiere que se diga con dos palabras (o más) lo que se expresa a la perfección con una. Y eso encuentra una explicación en la máxima de relevancia que definió el filósofo de la lengua inglés Paul Herbert Grice (1913-1988).

La máxima de relevancia constituye una de las reglas de cualquier conversación en la que dos interlocutores intentan entenderse. Y consiste en que todo lo que cuentan ha de ser relevante (adecuado, pertinente) para la idea que desean transmitir. Lo superfluo queda eliminado antes de pronunciarse, y así se añade significado a la individualidad de cada término. Si una palabra está presente, será por algo: tendrá un sentido propio, igual que las demás.

Y como el buen estilo y la buena comprensión tienden a la economía de vocablos, ningún término puede resultar gratuito. El receptor entenderá siempre que si una palabra figura en una oración, es porque añade significado. Y si no lo añade, dificulta el entendimiento o engaña (a menudo sin que exista esa intención).
Por ejemplo, el 28 de junio a las 8.42 se pudo oír en una emisora española que narraba el encarcelamiento de Luis Bárcenas: “Le tomaron las huellas dactilares de los dedos de sus manos”. Lo cual da a entender que a veces las huellas dactilares se toman de algún otro lugar del cuerpo.

Y si contásemos que las calles de la ciudad se hallaban cubiertas de “nieve blanca”, entonces la máxima de relevancia nos invitaría a pensar que existe nieve de cualquier otro color. Ahora bien, supongamos que estamos escribiendo un cuento infantil en el que deseamos transmitir la idea de que la acción se desarrolla en un mundo irreal: los trigales serían azules, los mares amarillos, el carbón rosa y los renuevos negros. En ese caso sí podríamos narrar a continuación que, una vez ocurrido determinado fenómeno (el beso de un príncipe, sin ir más lejos), todo se tornó real, y nos volvimos a ver rodeados de carbón negro, mares azules, trigales amarillos, nieve blanca y brotes verdes.

La redundancia de significado no relevante (es decir, con palabras prescindibles) se denomina “pleonasmo”, vocablo procedente del griego pleonasmós (“sobreabundancia” o “exageración”). Como sucede con el colesterol y con las amistades, hay pleonasmos buenos y pleonasmos poco recomendables. Los buenos añaden expresividad, ironía… algo: “Cállate la boca”, por ejemplo. Y los pleonasmos malos no suelen añadir nada: “El estadio estaba completamente abarrotado”, “es totalmente gratis”, “vio un falso espejismo”, “se aprobó con la unanimidad de todos los grupos” (ejemplos extraídos de los periódicos).

La política y el periodismo abundan en pleonasmos malos. Y queríamos llegar hasta aquí para preguntarnos si la abundancia de pleonasmos no implicará que algunas personas están dejando de creer en la fuerza de muchas palabras y en sus significados redondos; y si eso explicará tal vez el desmedido uso del adverbio “absolutamente” entre quienes hablan en público: estamos absolutamente felices, absolutamente decididos, absolutamente seguros. Quienes se expresan así imaginan acaso fisuras en las palabras más sólidas; o quizás esos vocablos se les han desgastado por su desempeño falso y artificial. Un político que dice “vamos a resolver este difícil reto” está dejando de creer en la palabra “reto”, de tanto manosearla. Quizás él tenga la impresión de que un reto puede ya parecernos fácil; pero en tal caso nos encontraremos todos dentro de un cuento donde nacen brotes por cualquier parte y donde la crisis se presenta como un desafío que se resuelve en un periquete.


Dentro de un cuento infantil o dentro de algún que otro programa electoral.



LITERATURA UNIVERSAL: ROMEO Y JULIETA, de SHAKESPEARE

Aquí os vuelco una reseña muy interesante para recordar qué es eso del amor cortés:

Lí­ri­ca de bri­llan­tes co­lo­res


De la pri­ma­ve­ra al pa­raí­so. El amor, de los tro­va­do­res a Dan­te Jau­me Vall­cor­ba Acan­ti­la­do. Bar­ce­lo­na, 2013 101 pá­gi­nas. 11 eu­ros

El País, España 26/10/2013 14 Por Car­los Gar­cía Gual


LA FAMOSA SENTENCIA de que “el amor es un in­ven­to del si­glo XII” pue­de pa­re­cer exa­ge­ra­da. Se jus­ti­fi­ca bien, sin em­bar­go, si se pien­sa en el lue­go lla­ma­do “amor cor­tés”, la fin’amors, que se in­ven­ta y per­fi­la co­mo pa­sión de sin­gu­lar pres­ti­gio a par­tir de la poe­sía de los tro­va­do­res del sur de Fran­cia en el al­ba de la li­te­ra­tu­ra eu­ro­pea. Amour es pa­la­bra de Lan­gue­doc (en fran­cés esos abs­trac­tos ter­mi­nan en -eur).
La lí­ri­ca de la Edad Me­dia, que ce­le­bra el amor co­mo mo­ti­vo esen­cial, al­bo­rea con jo­ven fres­cu­ra y ele­gan­cia ad­mi­ra­ble en es­tos poe­tas de las cor­tes pro­ven­za­les. El ero­tis­mo y la poe­sía amo­ro­sa ya abun­da­ban en la tra­di­ción grie­ga y ro­ma­na, y los pri­me­ros poe­tas en len­gua vul­gar co­no­cían a sus clá­si­cos —a Ovi­dio so­bre to­do, maes­tro ca­si mí­ti­co—.

Pe­ro en el si­glo XII des­cu­bren nue­vos to­nos y rit­mos en sus can­cio­nes y en­sa­yan nue­vas to­na­das pa­ra ex­pre­sar su do­lo­ri­do y apa­sio­na­do sen­tir. Es de­cir, crean una mo­da sen­ti­men­tal que es a la par “jue­go su­til” y nue­vo có­di­go pa­ra ex­pre­sar la pa­sión eró­ti­ca con ai­re ju­ve­nil. La re­la­ción del aman­te y la ama­da es­tre­na en sus can­tos bri­llan­tes co­lo­res. Exal­tan au­da­ces la ju­ven­tud y la pri­ma­ve­ra, el amor di­fí­cil y la ama­da le­ja­na, en el mar­co del mun­do feu­dal en el que se idea­li­za la fi­gu­ra fe­me­ni­na y la poe­sía en­cuen­tra un pú­bli­co de gen­ti­les da­mas. Y esa lí­ri­ca que co­mien­za en el re­fi­na­do y sen­sual am­bien­te de Oc­ci­ta­nia se ex­tien­de rau­da por Eu­ro­pa y pa­sa a la no­ve­la cor­tés. En la idea­li­za­ción de la ama­da se ex­pre­sa una nue­va sen­si­bi­li­dad. Es­ta lí­ri­ca bri­lla lue­go con fer­vor pro­pio en Ita­lia y cul­mi­na en la obra de Dan­te. De to­do es­to tra­ta, con cla­ra eru­di­ción, es­te bre­ve y sa­bio li­bro de Jau­me Vall­cor­ba, des­ta­ca­do alumno de Mar­tín de Ri­quer, y ex­ce­len­te co­no­ce­dor de esa iri­sa­da li­te­ra­tu­ra.


Os añado algunos datos interesantes sobre lo que fue el petrarquismo y en qué modifica il dolce stil nuovo al amor cortés.






jueves, 10 de octubre de 2013

LITERATURA UNIVERSAL: ROMEO Y JULIETA, de SHAKESPEARE

Os ofrezco el mito de Píramo y Tisbe, de Las Metamorfosis de Ovidio, junto con el romance que sobre el mismo tema escribió Góngora.

Píramo y Tisbe


También os vuelco una batería de posibles preguntas sobre la lectura:

Preguntas


miércoles, 9 de octubre de 2013

LITERATURA UNIVERSAL: ROMEO Y JULIETA, de SHAKESPEARE

Acaba de reeditarse la versión de Romeo y Julieta en cómic, realizada en los años 70 por el dibujante italiano Gianni de Luca. Aquí tenéis algunas imágenes de esta obra, y unos enlaces a más ejemplos:

De Luca (I)

De Luca (II)





jueves, 3 de octubre de 2013

LITERATURA UNIVERSAL: ROMEO Y JULIETA, de SHAKESPEARE

Os enlazo una página desde donde se pueden descargar muchas películas clásicas, y en concreto dos que veremos este curso: Romeo y Julieta y Suspense (adaptación de Otra vuelta de tuerca, de Henry James).

Descarga Cine Clásico


LITERATURA UNIVERSAL: ROMEO Y JULIETA, de Shakespeare

Empezamos nuevo tema, y lo primero es lo primero. Os dejo en enlace tres versiones diferentes de la obra. La que nos interesa a nosotros es la última, la versión que hizo Pablo Neruda.

Romeo y Julieta

Romeo y Julieta (II)

Romeo y Julieta (III)

Os enlazo también tres blogs de literatura universal que analiza la relación de Romeo y Julieta con otras artes:

Romeo y Julieta y las artes

Romeo y Julieta y las artes (II)

Romeo y Julieta y las artes (III)


miércoles, 2 de octubre de 2013

LITERATURA UNIVERSAL: ANFITRIÓN, de PLAUTO

Por indicación de vuestra compañera Carmen,os ofrezco el fragmento en el que aparecen lagunas en la edición que manejamos del Anfitrión de Plauto, según la edición de la colección Obras Maestras, de la editorial Iberia.

Laguna

martes, 1 de octubre de 2013

LITERATURA 2º DE BACHILLERATO: LOS SANTOS INOCENTES, de MIGUEL DELIBES

Aunque este año no imparto esta materia, os ofrezco algún material que quizá os sea de interés.

En primer lugar, el texto íntegro:

Los Santos Inocentes

En segundo lugar, un análisi muy pormenorizado de la obra:

Los Santos Inocentes (II)

Y, para acabar, un artículo sobre su adaptación cinematográfica:

Los Santos Inocentes (III)